CATALÀ

Pensar, decidir, actuar

Después de ver dos de las tres partes de la personalidad (la parte de la influencia parental y cultural y la del niño interior), pasaremos a la tercera: la más racional.

Desde pequeños, pensamos por nosotros mismos. Pero estos pensamientos, están influidos, por un lado, por la carga cultural y los mensajes de nuestros padres, y, por otro, por los diferentes sentimientos y deseos.

A la hora de tomar una decisión, ya sea insignificante (qué ropa me pongo hoy) o trascendental y de grandes consecuencias (qué carrera estudio), aparte de la influencia cultural y emocional, nos hacemos una gran pregunta: ¿qué me conviene?


Una decisión razonada y madura, será aquella que dé prioridad a los intereses, al sentido común, por encima de las influencias externas y de las emociones y los deseos. Continuando con el ejemplo anterior, si elijo la ropa en función de qué me apetece ponerme, exclusivamente, estaré tomando una decisión desde mi parte del “niño interior”, sin tener en cuenta, por ejemplo, qué día hace, si hace frío o calor, si llueve o nieva. Y estaré descuidando otros aspectos, como mi salud. Si elijo la ropa en función de lo que creo que puedan pensar de mí, estoy priorizando la influencia cultural o parental por encima de mis propios gustos. Una decisión razonada y equilibrada, será aquella que tenga en cuenta los diferentes aspectos: qué ropa me gusta a mí, cual es adecuada para la actividad que voy a hacer o el sitio a donde voy y qué tiempo hace.

A la hora de elegir la carrera, deberé tener en cuenta, qué me gusta, qué salidas puede tener la carrera que elijo, qué me aconsejan los demás, etc. Todo un poco. Pero la decisión de la carrera puede estar totalmente influida por la familia (por ejemplo, son todos médicos, y yo también lo he de ser), o sólo basándome en mis deseos (me gusta una cosa y la haré, aunque sea poco realista). La decisión madura es aquella que tiene en cuenta todos los aspectos posibles. Y eso no es garantía de que no me pueda equivocar, pero al menos será una decisión razonada y con fundamento.

El siguiente paso es la acción: actuar. Para actuar, primero he de saber hacia dónde quiero ir. El proceso maduro es el que hace estos tres pasos: pensar, decidir y actuar.

Pero ¿qué pasa cuando sólo pienso en qué me conviene? La persona que sólo piensa así a la hora de tomar una decisión corre el peligro de convertirse en un ser amoral: es importante saber qué quiero, hacia dónde quiero ir, pero no debemos olvidar que nuestros actos tienen consecuencias, y que estas pueden perjudicar a alguien.

La persona equilibrada es aquella que escucha a su niño interior, tiene en cuenta las normas de la sociedad que le rodea, sabe cuidarse y cuidar a los demás y puede pensar, decidir y actuar por sí misma. Unas veces, actuaremos más desde nuestros deseos, otras, escucharemos más al sentido de la obligación, pero ha de haber un equilibrio entre todos estos aspectos, no dejar que siempre predomine el mismo, ya sea el deseo, el miedo, las normas, o la opinión de los demás.
 
 
 
 
 

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