Hemos visto las formas sanas y no sanas de
relacionarnos.
Los juegos psicológicos (perseguir, hacerse la
víctima, salvar) están muy arraigados en nuestra sociedad y las personas los
aprendemos desde pequeños.
La persona que, habitualmente, utiliza los juegos
psicológicos para relacionarse con los demás, lo hace porque no conoce otras
formas de relacionarse y obtener lo que quiere o lo que necesita.
Se pueden aprender nuevas
formas de relacionarse, pero es una tarea difícil
y larga. A menudo se necesita la ayuda de un profesional.
Es muy difícil no caer alguna vez en los juegos,
pero sí que podemos llegar a minimizarlos, es decir, conseguir que la mayor
parte de nuestras interacciones con los demás, sean de una manera sana y no
manipuladora.
Lo primero que se necesita, es darse cuenta de que
se utilizan los juegos psicológicos con los demás, es decir, que “cuido de todo
el mundo menos de mi mismo y siento que mis relaciones están descompensadas”, “
a menudo me creo inferior a los demás y me lamento de no poder o no saber hacer
las cosas, y siempre hay alguien que pica
y me lo hace”, o “tengo una forma de hacer y decir las cosas que a menudo hace
daño a los que me rodean”.
Una vez que somos conscientes de que actuamos de
esta manera, tendremos que dejar de hacerlo:
El salvador tendrá que escuchar a sus propias necesidades
y empezar a cuidarse a él mismo. También tendrá que aprender a confiar en las
capacidades de los demás, y dejarles que hagan las cosas por sí mismos,
aceptando que se pueden equivocar o que les cuesta hacerlo. Todos saldrán
ganando. También tendrá que aprender a pedir ayuda y asumir que “no puede
siempre con todo”. (Quitarse la capa de superman o superwoman). La persona, se
sentirá liberada de la carga que supone estar siempre pendiente de los demás y
también se querrá más a sí misma.
La víctima, tendrá que empezar a hacer las cosas por sí
misma, sin esperar siempre la ayuda de los demás. Confiar en que tiene la
capacidad de solucionar los problemas, igual que todo el mundo. Esto supone un
esfuerzo, tener que tomar decisiones, con el riesgo implícito de equivocarse (y
rectificar), y actuar. Dejar de lamentarse, dejar de esperar y moverse hacia
allí donde se quiere ir. El beneficio en libertad, autonomía y autoestima,
compensan con creces la pérdida de ayuda constante.
El perseguidor, tendrá que empezar a ponerse en el lugar de
los demás, tener en cuenta las necesidades ajenas tanto como las propias, y
asumir que tiene el mismo poder y los mismos derechos que los demás, y no más.
También tendrá que aprender a ser asertivo, a decir las cosas de una forma más
adecuada, menos hiriente. Descubrirá que puede relacionarse con los demás de
igual a igual y que la gente le quiere en lugar de temerle.
El espectador tendrá que empezar a valorar los derechos de
los demás en la misma medida que los suyos, asumir las responsabilidades que le
tocan y dejar de aislarse, para acercarse desde la igualdad de derechos.
La semana que viene: cómo podemos evitar que jueguen
con nosotros.
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