CATALÀ

La estructuración del tiempo: la prisa


La necesidad de programar el tiempo tiene el mismo valor de supervivencia que la necesidad de estímulos y caricias. El tiempo es el recurso más precioso que tenemos, pues equivale a la vida misma.

El tiempo no se puede acumular, ni comprar, ni vender, ni fabricarse. La única posibilidad que tenemos es hacer algo con él.


Hay una oportunidad para cada cosa y un momento para cada cosa y actividad.

Hay un tiempo de espera (antes de que suceda algo) y un tiempo de secuela (cuando ya ha pasado).

Desde pequeños nos enseñan a utilizar el tiempo. Pero ¿de qué forma nos enseñan a programarlo?

Hay dos formas de marcar el tiempo: tiempo de meta y tiempo de reloj:

El tiempo de meta es el tiempo que nos dejan para conseguir una cosa. Por ejemplo: “no te levantarás de aquí hasta que hagas todos los deberes”. Nos están dando permiso para tomarnos nuestro tiempo, el que sea necesario, para conseguir un objetivo.

El tiempo de reloj es el que marca el fin del plazo concedido: “Harás deberes hasta las 9” (y después lo dejarás, tanto si los has acabado como si no). Hay un límite de tiempo. Esto nos obliga a organizarnos para que nos cunda más.

Pero hay un tercer caso, aquel en el que se mezcla la meta y el tiempo: “Harás deberes hasta las 9 y los tienes que terminar”. Esta opción, no permite que nos tomemos el tiempo que necesitemos, y a menos que este sea suficiente, lo que hace es crearnos una exigencia y estresarnos.

Una de las imposiciones más frecuentes en nuestra sociedad es la prisa: es habitual que, cuando les hablamos a los niños (y a los adultos) añadamos al final de la frase: “date prisa” o “corre”. Muchas veces, no obstante, realmente no tenemos prisa, es una costumbre, una frase hecha, que transmite un mensaje de exigencia, especialmente nocivo para los niños.

Cada persona tiene su ritmo. Depende de la personalidad, de la habilidad para hacer una tarea determinada y de la costumbre que tengamos de hacerla. Cuando estamos aprendiendo a hacer una cosa, la que sea, necesitamos un tiempo.

Conviene que revisemos hasta qué punto les exigimos a los demás y a nosotros mismos hacer las cosas deprisa, y que reflexionemos por qué lo hacemos. Si nuestros padres nos exigieron mucho, seguramente somos autoexigentes y también seremos exigentes con los demás.


La semana que viene: en qué utilizamos nuestro tiempo.




No hay comentarios :

Publicar un comentario