El paso de la juventud a la vida adulta supone
abandonar la seguridad de los padres, para pasar a depender de uno mismo. Más
tarde o más temprano surge la necesidad de independizarse, de montar una casa
propia. También es la época en que la gente acostumbra a encontrar una pareja e
inicia una vida en común con otra persona. Se asumen nuevas responsabilidades y
se renuncia a ciertas comodidades. Hay momentos de miedo, de dudas, pero
también hay mucha ilusión. El cambio de una etapa de la vida a otra, se va
haciendo de una forma espontánea y paso a paso, con mayor o menor grado de
dificultad.
Pero ¿qué pasa cuando no
se puede hacer este paso, por los motivos que sean?
Pues aquí es donde surge la crisis. Más de una vez
he escuchado a personas decir: “tengo casi 30 años y no tengo un trabajo
estable, no tengo pareja ni hipoteca. Mi vida no tiene sentido”. La podríamos
situar a los 30, pero la podemos “sufrir” a los 25 o a los 35, por ejemplo.
Analizando la frase anterior, vemos que, por un lado
hay un peso importante de aquello que marca la sociedad, aquello que “se espera
de mí”. Si a los 22 vives con los padres y no tienes pareja ni trabajo estable,
“no pasa nada”, pero a los 30, empieza a estar mal visto. Alguna gente que
tenemos alrededor, se ocupará de recordarnos lo “fracasados” que somos: “¿aún
no tienes novio/a?”, “se te pasará el arroz”, “yo a tu edad ya trabajaba y
tenía 2 hijos”... Esto, añadido a la comparación con los compañeros que sí están
haciendo “lo correcto”, nos dará una sensación de fracaso, de vacío, un
complejo de inferioridad, que puede llevar a un estado depresivo o de ansiedad
importante.
¿Cómo afecta la actual
crisis a este cambio de etapa?
La dificultad para encontrar un trabajo estable y
suficientemente remunerado como para poder independizarse, unido a las
dificultades para adquirir una vivienda o los precios de los alquileres, ha
propiciado que cada vez los jóvenes lo tengan más difícil para emanciparse.
La falta de perspectiva de una salida laboral
también está haciendo que muchos jóvenes no sepan qué estudiar y que haya un
estancamiento en esta etapa de su vida. Se desaniman ante las dificultades en
el mercado laboral y tampoco se sienten estimulados a seguir con unos estudios
a los cuales no ven una salida clara a nivel profesional. Es lo que se está
llamando “la generación x” o los “ni-ni” (ni estudian ni trabajan). Este
estancamiento, lejos de ser fruto de la pereza, como creen algunos, es
consecuencia del desencanto, de la falta de motivación y estímulo para luchar
por el propio futuro. Esto puede desencadenar fácilmente una depresión. A las
familias de estos jóvenes les corresponde animarles y ayudarles para que no se
queden estancados, estimularles a luchar, transmitirles un mensaje de esperanza
ante la dificultad. Todo tiene salida, aunque cueste.
¿Y el que decide
desmarcarse de la norma?
Evidentemente, no todo el mundo sigue los dictados
sociales. No todo el mundo quiere tener un trabajo estable, una hipoteca,
pareja y dos hijos. Hay quien decide compartir piso, trabajar en aquello que le
gusta (aunque no sea “serio”), no tener pareja, o no tener hijos. Estas
personas se tendrán que enfrentar a menudo a la incomprensión o las críticas.
Siempre es difícil salirse de “la norma”.
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