Hemos visto hasta ahora las principales
etapas de la vida, sus características y los cambios de una etapa a la otra,
que pueden causar una serie de crisis. El paso de la infancia a la
adolescencia, de ésta a la juventud, el adulto de mediana edad y el adulto
maduro. Vemos ahora lo que se ha llamado de diferentes formas: la tercera edad,
los abuelos, la gente mayor, etc.
La vida de las personas se ha alargado
mucho y tiende a hacerlo más. La edad a la que las persones se hacen “mayores”
cada vez es mayor, debido a las condiciones de vida, la alimentación, la
higiene, los avances de la medicina, etc. Y también han cambiado mucho las
condiciones en que las personas se hacen mayores. Cada vez hay más personas
mayores con una fortaleza y un estado de salud que les permite llevar una vida
plena y activa. Desde hace unos años se habla de tercera y cuarta edad. La tercera edad sería aquella en que la
persona ya no tiene obligaciones laborales, se jubila, pero está activa y con
ganas de hacer muchas cosas. La cuarta edad sería aquella en que la persona,
por sus condiciones físicas, empieza a depender de los demás y se vuelve mucho
más sedentaria. Hablemos, pues, de este primer grupo, el de los ancianos
activos y vitales.
Hasta la década de los 60 del siglo XX no
se fomentaba la cultura del ocio. La vida de las personas giraba en torno al
trabajo, las obligaciones y la familia. Sólo los festivos se permitían hacer
algún “extra”, que acostumbraba a ser comer con la familia o algunos amigos.
Sólo algunos hombres acostumbraban a “ir al bar”, y las mujeres no tenían
actividades de ocio.
A partir de esta época se empieza a
promover la cultura del ocio. Esto tiene que ver con el desarrollo económico de
todo un sector, pero también tiene una consecuencia importante en la vida
social y la psicología. La variedad de ofertas de ocio es cada vez más amplia:
bailes de todo tipo, deportes variados al alcance de todos, cantar, tocar
instrumentos, manualidades y expresión artística, esoterismo, grupos de ayuda
mutua, talleres de escritura, de lectura, grupos excursionistas y un largo etc.
de opciones para no aburrirnos.
Cuando nuestros abuelos se jubilaban, a
menudo caían en depresión. Su vida, que estaba centrada en el trabajo (y ni
siquiera en las tareas domésticas o el cuidado de los niños), dejaba de tener
sentido. La idea de “ser productivo”, de ser “útil a la sociedad” les hacía
sentir que ya no “servían para nada”, que eran un estorbo para la sociedad, que
ya no tenían nada que aportar al mundo. En el caso de las amas de casa esto no
pasaba, porque ellas seguían trabajando en las tareas domésticas mientras
tenían fuerzas para hacerlo.
Esto, por suerte, ha cambiado. Las nuevas
generaciones que llegan a la jubilación, ya han vivido en la cultura del ocio.
Ya se han acostumbrado a tener aficiones. Las aficiones ayudan también a tejer
una red social, de amigos y conocidos. Aún hay personas que han centrado su
vida sólo en trabajar, pero cada vez son menos. Una parte de las energías de la
persona se centra en el esparcimiento y las aficiones. Por eso es tan
importante no centrar nuestra vida en un solo objetivo.
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