Continuando con las personas mayores, hablaremos
también de cómo ha cambiado la vida de nuestros “abuelos” en una o dos
generaciones.
Hasta hace una generación o dos, las familias vivían
juntas en la misma casa, especialmente en el ámbito rural. Convivían bajo el
mismo techo los más mayores, los jóvenes (hijos, hijas, yernos y nueras) y los
más pequeños de la familia. Esto, por un lado enriquecía la transmisión de las
tradiciones, los nietos disfrutaban de la presencia y proximidad de los
abuelos, mientras los jóvenes salían a trabajar. Pero también se daba una
jerarquía dentro de la organización familiar muy diferente a la que se da
ahora. Los más mayores de la casa eran los que mandaban. Se les solía hablar de
usted y eran los que tomaban las decisiones, por encima de sus hijos en edad
laboral. Su opinión no sólo era escuchada y respetada sino que se valoraba.
Tenían un status de consejeros de la familia. Las abuelas, eran las “amas de
casa” y las hijas y nueras tenían que obedecer. Para poder “mandar” los jóvenes
tenían que esperar su turno, el de convertirse en los mayores de la casa.
Hoy en día, esto ha cambiado mucho. En pocos años,
nuestras personas mayores han pasado del rol de “patriarcas” de la familia a
“ignorados”. Los jóvenes toman las decisiones por ellos: son los jóvenes
quienes deciden llevarlos al centro de día, ingresarles en una residencia o
ponerles una persona que les cuide. Evidentemente, el ritmo de la vida moderna,
el hecho de que, a menudo todos trabajan fuera de casa y no les pueden cuidar,
ha propiciado esta situación, pero más allá de la cuestión logística, hay un
tema más profundo. Estamos inmersos en una cultura que valora lo nuevo, la
última tecnología, el último aparato electrónico. Un aparato de 5 años está
absolutamente obsoleto. Hay una tendencia a menospreciar lo viejo, lo que “no
sirve”, lo que está anticuado o pasado de moda. Estos conceptos se hacen
extensivos a la gente mayor. Hoy en día se tiende a “aparcar” a los abuelos. Su
opinión, sus consejos, a menudo se consideran anticuados y poco valiosos. Tal vez convendría escucharles un poco más,
y pensar que podemos aprender alguna cosa de ellos, y que son personas que
tienen mucha experiencia de la vida, que han vivido situaciones difíciles y que
nos pueden aportar puntos de vista diferentes de los nuestros, que nos ayudarán
a enriquecernos como personas.
Por otro lado, todo y que siempre ha habido “abismos
generacionales”, en las últimas generaciones ha habido cambios sociales, de
mentalidad, de forma de vivir muy importantes: las personas que ahora tienen
más de 70 años, nacieron en plena época franquista, donde reinaba la censura,
la moral católica era la que dictaba las normas de comportamiento, donde las
mujeres tenían que llegar vírgenes al matrimonio, el divorcio no existía, la
mujer casada no trabajaba fuera de casa, etc. Había un montón de normas
sociales establecidas que no se podían saltar: un hombre no entraba en la
cocina, ni iba a comprar, ni cambiaba los pañales a los bebés. El domingo se
comía en casa de los abuelos... Estas personas, que se han hecho mayores, han
tenido que adaptarse a todos estos cambios, aceptar que las hijas vayan a vivir
con la pareja sin casarse, que la nuera cobre más que el hijo, que la nieta
juegue a futbol y que los hijos les visiten una vez al mes, por poner algunos
ejemplos. Y aquí entra en juego la capacidad de adaptación de cada persona:
algunos, con un poco de esfuerzo, lo han aceptado. Otros, no. Y se crean
situaciones de mucha tensión entre abuelos y jóvenes.
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