La semana pasada veíamos
los cambios físicos que comporta la adolescencia y los complejos que puede
llevar asociados. Hoy hablaremos de los principales cambios psicológicos.
La adolescencia dura unos
cuantos años, desde la pubertad (11-12 años aproximadamente) hasta el principio
de la juventud (18-19 aproximadamente). Durante este largo periodo, el joven
tendrá que afrontar diversos retos. Además de los cambios físicos, se
encuentran con:
- Inicio del pensamiento abstracto, la
capacidad de imaginar un futuro.
- La sensación de que nadie le entiende y
que lo que le pasa, sólo le pasa a él.
- Descubrir “quién soy”, en medio de muchos
mensajes recibidos, tanto de parte de la familia, como de la escuela, los
amigos, la sociedad...
- Descubrimiento de la sexualidad, con uno
mismo, con los demás y la identidad sexual.
- Toma de decisiones éticas propias (qué
está bien y qué no, independientemente de los referentes familiares, los
amigos...).
- Aprender nuevas formas de relación como
persona joven, diferentes de las del niño.
- Encontrar el equilibrio entre la
autonomía y la dependencia. (Por ejemplo, viviendo con los padres y
dependiendo económicamente de ellos, encontrar espacios de autonomía
personal aparte de la familia).
- Aprender a tener pareja.
- Aprender a vivir sin la familia
(emanciparse), aunque esto, hoy en día, se produce más tarde.
Cuando los padres
pensamos en un adolescente, debemos pensar que todos estos cambios son
progresivos, es un proceso largo, con idas y venidas. Debemos estar preparados
para los cambios, pero tampoco nos llegarán de golpe. También debemos confiar
en nuestro hijo o hija y en todo lo que le hemos transmitido. El adolescente
cuenta con una serie de herramientas, no está “solo ante el peligro”. Las
diversas herramientas del joven son, entre otras:
- Las habilidades personales para afrontar
los retos.
- La personalidad y temperamento propios.
- La inteligencia emocional (cómo manejar
las emociones).
- La capacidad de acompañamiento de la
familia.
- El apoyo del entorno: amigos, otros
familiares, escuela...
El adolescente, por más
que se muestre desafiante, independiente, que parezca que ya no necesita a
nadie, en realidad necesita mucho el afecto de los padres, el “saber que están
ahí”. También necesita reconocimiento y valoración de las cosas que hace. A
menudo, la actitud “contestona” y a veces desagradable del joven, hace que nos
apartemos, crea un mal ambiente en la relación padres-hijos, que es preciso
rehacer. Es necesario reestablecer puentes de diálogo en momentos de tranquilidad.
La semana que viene, los
miedos y las herramientas de los padres.
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