CATALÀ

Tengo un hijo o hija adolescente (3)

Nadie nos enseña a ser padres. Lo vamos aprendiendo “sobre la marcha”, con las decisiones que debemos tomar en el día a día. El padre y la madre también son personas, con sus propias virtudes y carencias. Los padres también tienen derecho a equivocarse. Partiendo de esta base, veamos cuáles son los principales miedos y herramientas con que cuentan los padres.

A menudo tenemos la sensación de haber fracasado como padres cuando los hijos se rebelan contra todo y parece que han olvidado la educación y los buenos modales. Pensemos que, bajo esta rebelión, hay una necesidad de distancia para poder encontrar su propia identidad, reafirmar su personalidad, y también hay una profunda angustia que conviene tener en cuenta. Aunque parezca que les estorbamos, en realidad necesitan más que nunca nuestro afecto y apoyo. A menudo se hace difícil mostrarles nuestro afecto cuando parece que no nos obedecen en nada, y que están tirando su vida y su futuro por la borda. Es cuando, en realidad, más necesitan saber que estamos ahí, de forma incondicional. Y es cuando nos ponemos a darles consejos, de forma insistente, consejos que no quieren oír, frases que conocen sobradamente. Pensemos en qué necesitamos los adultos cuando tenemos la sensación de “haber metido la pata”: No necesitamos a alguien que nos lo recuerde, necesitamos a alguien que nos abrace y nos recuerde que somos humanos, que nos podemos equivocar, pero que a pesar de nuestros errores, somos unas personas estupendas y los nuestros nos seguirán queriendo.

Una de las cosas más difíciles para los padres es encontrar el equilibrio entre libertad y autoridad, es decir, dónde está el límite entre qué he de permitir y qué no, cuando he de castigar y cuando no, en qué cosas he de ser firme: en resumen, cuándo me paso y cuándo me quedo corto. Si somos demasiado permisivos, si no ponemos límites a nada, el exceso de libertad puede llevar al adolescente a sentirse perdido. Necesita unas pautas, un “esquema”, unos mínimos que no puede traspasar. Recuerdo a un chico de 13 años, que tenía unos padres muy-muy permisivos que me dijo: “a mis padres no les importo, ojalá me dijeran “no hagas esto, no hagas lo otro”.
En el otro extremo, una rigidez extrema puede llevar a que el joven no crezca, o se acabe rebelando de forma radical. Los jóvenes necesitan probar cosas nuevas, necesitan salir, tener una pandilla, arriesgarse, buscar sus propios límites. Si los padres tienen demasiado miedo de que le pase algo, que sufran un accidente o se vayan por el mal camino, pueden poner unas barreras demasiado altas, que no permitirán crecer al joven. Para aprender lo que sea, lo tenemos que probar, y nos tenemos que equivocar. Y debemos aprender de nuestros propios errores. Los consejos solos, no sirven para aprender.

Hace años, una psicóloga especializada en adolescentes, me dijo que había dos pautas generales:
La primera, no queramos ganar todas las batallas, es mejor ganar la guerra. Pongamos unos mínimos: unas obligaciones indiscutibles, una hora de llegada, pero no queramos tener hijos “modélicos”.
La segunda, es mejor negociar que imponer. Por ejemplo, “cómprate esta ropa (que a mi no me gusta), pero ve limpio. Ve a esta fiesta, pero ve a dormir a una hora prudente y mañana, llega a la hora a clase.”

No hay comentarios :

Publicar un comentario