(Dedicado
a J)
Llevo tiempo buscando
información sobre lo que llamamos “pensamiento positivo”. Todo el mundo habla
de ello, todos parecen tener claro el concepto, pero no he encontrado ninguna
definición concreta ni ninguna escuela de la Psicología que se autodefina
como “escuela del pensamiento positivo”. Así pues, intentaré captar la esencia
de lo que entendemos por pensamiento positivo.
Entiendo el pensamiento
positivo como una actitud de confianza en el futuro, ya sea inmediato
como a largo plazo. Esta actitud va acompañada de sentimientos positivos
(alegría, esperanza, ilusión...) y pensamientos constructivos (lo conseguiré,
se puede...).
El origen de nuestro
pensamiento lo encontramos en la familia y en la sociedad que nos rodea. Los
mensajes que hemos recibido de pequeños, la actitud vital de nuestra familia,
nos han influido en nuestra actitud actual. No es lo mismo ver a unos padres
luchadores, que siempre tenían un proyecto nuevo, una ilusión, que tener unos padres
que se resignaban a tener una vida gris, que emanaban tristeza y conformismo.
¿Qué mensajes recibías de pequeño? “saldremos adelante”, “seguro que lo
logramos”, “ya verás cómo todo saldrá bien”, o por el contrario, “hemos venido
a este mundo a sufrir”, “la vida es una m...”, “no vale la pena intentarlo”...
Además de la actitud
general de la familia, también nos influyen los mensajes personales que nos
dieron: ¿confiaban en nosotros nuestros padres? Aquello que nuestros padres
pensaban de nosotros, nos influye en la imagen que tenemos de nosotros mismos:
“eres muy valiente”, “esto te ha salido muy bien”, “eres una chica muy
inteligente”, “lo estás haciendo muy bien”, “eres un chico muy maduro para tu
edad”, son mensajes muy diferentes a “eres un desastre”, “no se puede confiar
en ti”, “no haces nada bien”, “seguro que meterás la pata”...
Un primer paso para ser
positivo, es confiar en nosotros mismos. Por muy negativos que fueran los
mensajes que nos transmitieron en nuestra infancia, la buena noticia es que la
infancia ya se ha terminado. Debemos tomar conciencia de estas actitudes y
mensajes, y analizarlos desde nuestro razonamiento adulto: “¿verdaderamente
siempre lo hago todo mal?”, elimina las palabras “siempre” y “todo”, que son generalizaciones (y por tanto,
distorsiones de la realidad) y cámbialas por “a veces” y “algunas cosas”. Esto
cambia el sentido de la frase (y de nuestro pensamiento): “A veces hay algunas
cosas que salen mal” (y por lo tanto, otras veces salen bien).
Otro paso importante es
separar a la persona del objetivo: ¿qué significa esto? Pues que yo me puedo
equivocar, porque soy humana, pero eso no me convierte en “un desastre de
persona”. Es muy diferente decir “soy un desastre de cocinera” que “este plato
no me ha salido bien”. En el primer caso, estamos sacando una conclusión sobre
nuestra persona, en el segundo, el acento lo estamos poniendo en aquello que
hemos hecho, aquí y ahora, en el resultado, que no significa que siempre
tengamos que obtener el mismo resultado. Que una vez (o las que sean) me salga
una cosa mal, no quiere decir que no pueda aprender y que la próxima vez me
salga mejor.
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