Pero hay otro uso, no
tan sano, que algunas personas hacen de la rabia: sirve para
manipular a los demás.
Una respuesta de rabia,
como un grito, puede parar una agresión. Algunas artes marciales,
utilizan el grito, acompañando al movimiento físico, como una
herramienta de intimidación hacia el contrincante. Cuando una
persona, por ejemplo, nos está insultando sin parar, un grito le
puede detener. Y es bueno que le hagamos parar, de la forma que sea.
Pero una agresión física ante un insulto, sería una respuesta
desproporcionada, que puede fomentar una escalada de agresividad.
Pero hay otro uso, no
tan sano, de la rabia: es lo que denominamos “juegos de poder”.
Hay personas que para conseguir lo que quieren de los demás, les
intimidan, con gritos, insultos, amenazas, etc. Hay personas que lo
hacen de forma habitual, sea cual sea la situación y el lugar:
necesitan tener el poder sobre la otra persona. Estas personas,
piensan que tienen “el derecho” a hacerlo, que lo hacen para
obtener justicia, para “ayudar” al otro a cambiar, etc.
Justifican su forma de actuar como algo que es necesario.
Hay personas que son
más sensibles a las reacciones de rabia que otras. Esto depende de
la historia personal de cada uno. Si a una persona, de pequeña, le
han enseñado a razonar, será menos vulnerable que otra con la cual
utilizaban amenazas, castigos, gritos, etc. Hay padres y madres que
utilizan sistemáticamente el castigo, el grito, incluso el insulto,
para, presuntamente, educar a los hijos. Estos niños y niñas,
crecerán con el miedo, y quedan condicionados ante la rabia de los
demás. Incluso una mala cara de otra persona, les condiciona en sus
decisiones. A menudo vemos parejas en las cuales una persona domina a
la otra, le condiciona, simplemente con un tono de voz más alto, o
una mala mirada. Y nos planteamos cómo es que esta persona “se
deja” manipular de esta forma. Seguramente, es una respuesta
automática, no razonada, que responde a una programación interna
que tiene la persona. Se acostumbró a obedecer para evitar las malas
caras (o las amenazas, o los gritos...). Y lo siguen haciendo, sin
darse cuenta, o sin saber qué hacer para evitarlo.
¿Hemos
de tener siempre la razón?
¿Qué pasa cuando estamos en el otro lado de la pareja, cuando somos
los “dominadores”? ¿Los amigos han de ir siempre a donde
nosotros queremos, y si no, les ponemos malas caras? ¿Conseguimos lo
que queremos, a base de manifestar enfado? ¿Vamos por el mundo
poniendo malas caras a todo el mundo? ¿Y con esta actitud,
conseguimos que los demás hagan lo que nosotros queremos? Si las
respuestas a todo esto son positivas, estamos manipulando a los demás
con la rabia. Probablemente, nos rodeamos de personas a las que
podemos dominar, y nos apartamos de aquellos con los que no podemos
hacerlo.
Reconocer esto, es
duro, pero es un primer paso para el cambio, si queremos ser personas
más sanas y más justas. Las relaciones humanas deben basarse en el
respeto hacia el otro, hacia sus decisiones, pensamientos, creencias,
etc. Y eso implica aceptar la diferencia, y reconocer los derechos
del otro. No podemos pretender salirnos siempre con la nuestra, a
cualquier precio.
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