Hemos
visto cómo funcionan la rabia y la tristeza, y hoy le toca el turno al miedo.
Pero, ¿qué es el miedo en realidad? ¿De qué está formado?
El
miedo es uno de los 4 sentimientos básicos, junto con la alegría, la tristeza y
la rabia. Tiene la función de advertirnos del peligro. Se basa en experiencias
pasadas o en mensajes de advertencia que hemos escuchado.
Todos
conocemos el miedo. Sentimos miedo hacia lo desconocido, y también hacia
situaciones que ya conocemos y que nos dejaron un recuerdo desagradable o
amenazador. Hay diferentes grados de miedo, miedos proporcionados y miedos que
no lo son.
Entonces,
¿debemos escuchar al miedo? Es
una alarma que viene de nuestro interior y que nos avisa de un peligro.
Conviene escucharlo siempre. Y después, valorar desde nuestra capacidad de
razonamiento, si el sentimiento de miedo es proporcionado respecto al peligro
real.
Definiremos
4 situaciones potenciales:
1.
Hay
un peligro real muy grande: Por ejemplo, de poder sufrir un accidente o
hacernos daño, y sentimos un miedo muy grande, que casi nos paraliza:
Escuchémoslo y valoremos si hemos calculado bien el riesgo, si hemos tomado las
medidas de seguridad necesarias, etc. Valoremos si nos compensa enfrentarnos a
él.
2.
Hay
un peligro real muy bajo, como el miedo a hacer el ridículo cuando hemos de
hablar en público. Sentimos un miedo muy pequeño, que podemos afrontar y
hacerlo. Si el miedo, en un caso como este nos bloquea, nos paraliza, estamos
ante un miedo desproporcionado y tendremos que valorar otros factores, como la
vergüenza, los complejos, la timidez, etc.
3.
Hay
un peligro irreal, como el miedo a la oscuridad, a la noche, a los insectos, o
a salir a la calle. No hay ninguna amenaza real en estos actos por si solos. Si
este miedo nos está impidiendo hacer una vida normal, si nos limita y nos quita
oportunidades, estamos ante una fobia, que tal vez habrá que tratar. Este tipo
de miedos son muy comunes, y provienen de mensajes parentales que recibimos de
pequeños: “¡Ten cuidado!”, “¡Vigila!”. De unos padres excesivamente ansiosos
con sus propios miedos, salen hijos miedosos, que no han hecho el proceso de
valorar si los miedos de sus padres eran reales o exagerados.
4.
Hay
un peligro grave real, como caer por un precipicio o ingerir sustancias nocivas
para la salud y no sentimos miedo alguno, no tomamos las medidas de seguridad
necesarias: estamos cometiendo una imprudencia. Nuestro filtro, nuestra alarma
está fallando.
Cada
verano soy testigo de una escena que se repite en las piscinas: un niño o niña,
de 2-4 años, que no sabe nadar. Un padre, o madre, que quiere hacerle “perder
el miedo” a base de gritos, broncas e incluso dejándole solo o sola en medio
del agua. ¿Cómo nos sentiríamos si nos lo hicieran a nosotros? ¿Cómo creemos
que se puede sentir esa criatura? ¿Pensamos, realmente, que esta es la forma de
enfrentar el miedo? A mí, sinceramente, me parece un atropello a los
sentimientos de ese niño o niña.
Los
miedos deben respetarse, escuchar, valorar. Hay que valorar el peligro real.
Valorar, si nuestro miedo es proporcionado al peligro.
Otra
costumbre muy extendida en nuestra sociedad, es reírse del que tiene miedo.
Tendríamos que aprender a respetar el miedo, tanto el propio como el ajeno.
Telf.:
No hay comentarios :
Publicar un comentario