A
lo largo de la vida son muchas las circunstancias en que nos hemos de despedir
de personas, cosas y situaciones. La muerte de alguien cercano es quizás la más
evidente, pero hay muchas otras: una separación de pareja, pelearnos con un
familiar o amigo, marcharnos a vivir a otra parte... y también los cambios de
casa, de escuela, de trabajo, etc. suponen despedirse de una situación, un
lugar, unas personas, una rutina...
En
cualquiera de estas situaciones, pasamos por lo que conocemos como proceso de
duelo. Evidentemente no será lo mismo despedirse de una persona que nos ha
dejado para siempre, que de una casa o escuela. Pero el proceso por el que
pasamos es el mismo. Todo el mundo acompaña a la persona que ha perdido a un
ser querido, todos saben que está pasando por un proceso doloroso y difícil,
pero muchas veces pasamos por alto el dolor que significa perder un trabajo,
tener que emigrar, pelearse con un amigo o acabar los estudios y saber que no
volverás a la escuela en la que has pasado unos años de tu vida.
Es
importante ser conscientes de nuestro dolor y respetarlo. Muchas veces negamos
nuestros sentimientos negativos de dolor, tristeza, etcétera. porque pensamos que no
nos entenderán o que están mal vistos, o que “no toca” estar triste porque
hemos acabado una etapa de la vida. Pero si tomamos conciencia del proceso que
estamos viviendo y nos damos el permiso para vivir la tristeza, la rabia, etc.
y nos respetamos un tiempo de duelo, será mucho más fácil “encajar” el cambio y
aceptar la nueva situación.
Las
etapas de un proceso de duelo son 5. Normalmente las personas van pasando estas
etapas de forma espontánea, y tardan más o menos tiempo en pasarlas, dependiendo
de la personalidad de cada uno y de la gravedad de la pérdida. Algunas veces,
nos quedamos “encallados” en una de estas etapas y podemos necesitar la ayuda
de un profesional para superarlo y seguir adelante.
1.
Aceptación de los hechos: Es
frecuente pasar por una etapa de negación, de no aceptación de la pérdida.
Cuanto más cercana, dolorosa e injusta sea, más nos costará de aceptar. Ante la
muerte, se acepta como “ley de vida” que se marche una persona mayor y será
mucho más difícil de encajar la muerte de alguien joven o de un niño. Una
enfermedad larga, con sufrimiento para la persona, nos hará aceptar mejor la
muerte, que un accidente repentino. Muchas veces prevemos el final de una etapa
(cuando estamos acabando la formación académica o vemos que una relación de
pareja no funciona, por ejemplo), y tenemos tiempo para irnos preparando para
el final.
Los
finales “repentinos” son más difíciles de aceptar. Hay casos extremos, en que
la persona se puede pasar años negando la realidad, por ejemplo, en una
separación de pareja. La persona se aferra a la fantasía de que “no pasa nada”,
o “es un enfriamiento temporal de la relación”. El problema de esta negación es
que la persona no avanza, no recibe el presente para seguir adelante con su
vida. O ante una muerte, hay personas que se pasan años manteniendo presente a
la persona que se ha ido, hablando imaginariamente con ella, aferrándose a
cosas materiales que le recuerdan a esta persona, etcétera. Esto es normal hacerlo
durante un tiempo, pero si se alarga demasiado, la persona no recibe el
presente. Es una huida de la realidad.
No hay comentarios :
Publicar un comentario