Después
de hablar de la rabia, la tristeza y el miedo, le llega el turno al cuarto de
los sentimientos básicos: la alegría.
La
alegría es un sentimiento positivo asociado a la felicidad, el placer, la
satisfacción, etc. Ya desde la filosofía y más tarde desde la psicología, el
pensamiento más extendido es que las personas perseguimos la felicidad como fin
último de nuestra existencia.
Cuando
pensamos en alegría, pensamos en risa, en jugar, en bailar... Pensamos más bien
en movimiento y expresión. Pensamos en niños. Los niños tienen la capacidad de
reír por cualquier cosa, de convertir en un juego la actividad más
insignificante y disfrutar de cualquier momento. La ducha, ponerse los zapatos,
batir los huevos para hacer una tortilla... cualquier acción, por
insignificante que sea, se puede transformar en alegría.
Pero
¿por qué los adultos no tenemos esta capacidad? De hecho, deberíamos ser
capaces de expresar todos los sentimientos libremente, llorar cuando toca
llorar, enfadarse cuando toca estar enfadado, etc. Pero hay muchas personas
adultas para las cuales el sentimiento principal es la rabia, o la tristeza o
el miedo. Van por el mundo con mala cara, con expresión de rabia, enfadándose
con todo y con todo el mundo, quejándose de todo, protestando a cada momento. O
bien, con una actitud pesimista, de decaimiento. O con miedo hacia todo.
¿Por qué no ir por el mundo de forma alegre, riendo de todo, relativizando los pequeños contratiempos de la vida?
Muchas veces esto es debido a lo que denominamos “sentimientos parásitos”. La persona transforma todas las emociones en una sola, que domina su vida. Es muy típico encontrar personas que ante una situación que por lógica suscitaría tristeza, sienten rabia, transforman en enfado una situación dolorosa. O bien, las personas que sienten miedo cuando deberían sentir rabia, ante una agresión o una injusticia se hacen “pequeñas” y no reaccionan, se quedan atrapadas en el miedo. Podríamos poner muchos otros ejemplos de sentimientos parásitos.
La
libre expresión de los sentimientos tiene que ver con aquello que vivimos de
pequeños. Nuestra familia de origen es la que nos ha servido de guía de cómo debemos
actuar, incluso de cómo hemos de sentir. Hay familias en las que está prohibido
enfadarse. No se permite la expresión de la rabia, es “de mala educación”. En
otras, la consigna es no manifestar la tristeza, está mal visto, incluso se
ridiculiza a la persona que llora. En otras, es el miedo el que está reprimido.
Y también hay familias “serias”. Todos los adultos van por el mundo con cara
seria, no ríen por los chistes, incluso hay familias que no hacen celebraciones
ni fiestas, o si las hacen, son desde una actitud muy “intelectualizada”, se
hacen las fiestas de una forma muy comedida y seria.
Estos
patrones de conducta pueden haber influido en cómo somos nosotros y cómo
vivimos nuestra alegría. Pero nuestra infancia ya pasó... parémonos a pensar,
cómo actuaba nuestra familia respecto a la manifestación de los sentimientos, y
cómo actuamos nosotros. Y pensemos, si es la forma que realmente queremos o por
el contrario queremos darnos permiso para sentir y expresar un sentimiento
determinado.
Por
último, quiero recordar una vez más, que no se trata sólo de reír por todo, se
trata de poder disponer de nuestros sentimientos, de todos ellos, para
“utilizarlos” en las diferentes ocasiones.
Telf.:
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