La utilización
de ciertas metáforas para forzar al otro a hacer o no hacer algo, son otra
forma habitual de juego de poder. Por ejemplo frases del tipo “si me dejas me
muero”, o “me vas a partir el corazón”, “sin ti no soy nada”, están bien para
un bolero, pero en la vida real, nadie se muere por una ruptura amorosa y todos
los adultos somos capaces de vivir sin otro adulto al lado. “Me vas a matar a
disgustos”, “nadie se preocupa por mí”... hay infinidad de ellas. Una buena
forma de contrarrestarlas es contestar en sentido literal: no creo que un
corazón se pueda partir, tú eres tú y yo soy yo, solos o acompañados, etc.
Hay un tipo de
juego que consiste en impedir que el otro piense, que pueda razonar sobre lo
que se está diciendo: interrumpir, hablar rápido, hablar muy alto, gesticular,
dar golpes en la mesa, decir tacos, insultos, gritos... sirve para perturbar el
pensamiento del otro. Así estamos en una posición de superioridad sobre el
otro. Para contrarrestarlo, hay que cortar el juego: “no voy a seguir hablando
contigo en estas condiciones”, “cuando te calmes seguiremos hablando”. O
también, “pensaré con calma en lo que me has dicho y ya te responderé”. Tenemos
derecho a tomarnos nuestro tiempo para razonar y decidir, y este tipo de juegos
ejercen presión sobre nuestra capacidad de decisión, intentan amedrentarnos y
forzar una rápida respuesta, que puede no ser lo que realmente deseamos decir o
hacer. También podemos decirle al otro que no nos gusta su actitud y su forma
de hablarnos.
“Debes decirlo
en broma, ¿no?” “No hablas en serio.” Es una forma de desvalorizar el contenido
de lo que estamos diciendo, y al mismo tiempo, tratarnos de tontos o de locos.
Una buena respuesta puede ser “No, hablo totalmente en serio, y veo que no te
gusta lo que estoy diciendo”. Tenemos derecho a verbalizar nuestros deseos.
Después ya veremos lo que quiere el otro y negociaremos.
La utilización
de la lógica como argumento: “Tiene más lógica pasar la Navidad en casa de mis
padres que de los tuyos”. No es una cuestión de lógica, es una cuestión de
preferencias. “Tiene más lógica ir el fin de semana a la playa que a la
montaña”. No tenemos por qué aportar “pruebas” para defender nuestros gustos.
Cada cual tiene los suyos. Se puede negociar, argumentar, pero sin juegos de
poder.
Desacreditar
las fuentes: “Yo no como carne, soy vegetariano”: “ya te han comido el coco esa
gente”. Consiste en desacreditar la fuente de información para desvalorizar las
ideas del otro. En todo caso, todo se puede desacreditar, pero estamos en
nuestro derecho a creer en lo que queramos. La forma cooperadora de argumentar
sería: “A pesar de tu opinión, sigo pensando igual. ¿Qué quieres tu?”
Redefinición de
las reglas: supongamos que hemos pactado que cada día elige uno de nosotros qué
programa de tele vemos. Hoy me toca a mí, y mi pareja me dice: “hoy dan un
reportaje que es más interesante que tu serie, así que podríamos ver el
reportaje”. En este juego es fácil caer en la trampa de argumentar qué es más
interesante o más importante. Y en realidad, lo único a discutir, es que el
otro nos ha cambiado las reglas del juego: “Hoy es martes y me toca elegir a mí.
Los martes vemos mi serie. Pero si para ti es importante ver ese reportaje, lo
podemos negociar. Pero no cambies las reglas del juego a tu conveniencia”.
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