De todas las
celebraciones que hay al cabo del año, la que más nos condiciona es la Navidad.
Los cumpleaños, Semana Santa, San Juan... se pueden celebrar o no. Y se puede
hacer de diferentes formas. Pero ¿qué pasa con la Navidad? Parece obligatorio
celebrarlo, y hacerlo con buena cara, con ganas y, por supuesto, con la
familia.
Hay personas,
como yo, que disfrutamos de la Navidad. Nos gustan las luces en las calles, los
árboles adornados, los pesebres, los mercadillos de pesebres. Nos gusta decorar
la casa. Nos gusta escuchar villancicos y cantarlos. Y tocar la pandereta. Y
preparar buenas comidas, pasar tiempo en la mesa, con la familia. Y abrir
regalos. Y comer turrón. Pero no a todo el mundo le gusta la Navidad.
Hay personas
que viven la Navidad como una pequeña tortura. Como una obligación social que
no les apetece en absoluto. Hay aquellos que no tienen familia. O que la tienen
muy lejos. En Navidad aumentan las depresiones. Parece hacerse patente
que si no tienes con quien celebrarlo, eres una especie de “ciudadano de
segunda clase”. Y todo el mundo les invita: “¡no te quedes solo el día de Navidad!”
Pero tampoco a todo el mundo le apetece estar en medio de una familia que no es
la suya. Para algunos esta es una buena solución, siempre que se encuentren a
gusto con la familia que les invita.
Otra solución
es celebrarlo con los amigos. Conozco personas recién llegadas que se juntan en
una casa y se lo pasan bien. Los amigos son la prolongación de la familia.
Y también está
la opción de no celebrarlo. Pero ¡cuidado! No caigamos en la autocompasión. Si
hemos decidido que estos días no son importantes, que no los queremos celebrar
por el motivo que sea, tengamos cuidado de hacer alguna cosa que nos apetezca.
Se corre el peligro de pensar que “todo el mundo lo está pasando bien con su
familia y yo estoy aquí solo”. Conozco a un par de personas que optan por
quedarse solos en casa. Escuchan música y leen. Dicen que están bien así, que
lo prefieren.
Otra buena
opción para los que no lo quieren celebrar es irse fuera: a la nieve, o
aprovechar para viajar.
También están
los que deciden trabajar (si es que se trabaja estos días en su empresa). Es la
excusa perfecta para “librarse” del compromiso familiar y además les hacen un
favor a los compañeros que lo quieren celebrar.
Hay un caso más
difícil de solucionar: los que no tienen buena relación con la familia. Y cada
año se encuentran con el dilema: ¿Qué hago? Si voy a comer con la familia, sé
que será un suplicio, que tendré que hacer el “paripé”. Si no voy, seré el
“raro” de la familia, o incluso alguien se enfadará conmigo, o me harán toda
clase de juegos de poder y chantajes emocionales para que vaya”. A este grupo
les compadezco. No lo tienen fácil. Les invito a valorar si realmente es un
suplicio o se pueden mentalizar para pasarlo bien. En el primer caso, tal vez
convendría ser valientes y romper la tradición. Sin enfrentarse, hacer valer su
derecho a decidir.
Sea como sea,
no dejes que te amarguen la Navidad. Disfrútala. A tu manera. Solo o
acompañado, trabajando o con la familia. Pero intenta disfrutar de lo que te
gusta, sea la música, la decoración o los turrones. Feliz Navidad a todos.
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