Los abusos
sexuales en la infancia son uno de los temas más delicados y difíciles de
tratar desde todos los ámbitos. Es uno de los fantasmas que se pasan por la
cabeza de todos los padres y madres en algún momento. ¿Cómo suceden? ¿Cómo los
podemos detectar? ¿Qué consecuencias tienen? ¿Se pueden evitar? Intentaré
aportar algo de luz a este controvertido tema.
Según las
estadísticas, una de cada 4 o 5 personas, mayoritariamente mujeres, han sufrido
abusos sexuales en algún momento de su infancia o adolescencia. Se considera
abuso sexual, desde la exhibición deliberada de los genitales con intenciones
sexuales, mostrarles pornografía, obligar al niño o niña a realizar tocamientos
al adulto, tocar a los niños con intenciones sexuales, hasta violaciones
claras. Las consecuencias son más graves dependiendo del grado de abuso y la
duración en el tiempo, que puede ser desde un episodio aislado hasta años de sufrimiento
de abusos. Hay que añadir aquí el parentesco, frecuente, que convierte el abuso
en incesto y agrava las secuelas.
A pesar del
fantasma que todos tenemos del pervertido que aprovecha los vestuarios de los
niños, el cine o la portería oscura, la mayoría de los abusos suceden en el
entorno más próximo al niño o niña. Acostumbran a ser familiares o personas
cercanas, que se aprovechan de la confianza, ya que al ser amigos o conocidos
de los padres, los niños confían en él. Todos hemos oído de pequeños la frase
“no hables con desconocidos”, “no aceptes regalos ni caramelos de un
desconocido”. A nadie le dijeron “no te fíes del vecino de arriba” o “vigila
con el padre de tu amiguita”. Pero claro, no podemos meter al niño o niña en
una urna, ni podemos vivir constantemente con el miedo y la desconfianza.
¿Cómo podemos
notar que un niño o niña está sufriendo abusos? Cuando se trata de un episodio
aislado, desgraciadamente, lo descubriremos demasiado tarde: sólo podemos
prevenir a los niños, de forma general. Cuando es un abuso continuado en el
tiempo, hay una diferencia dependiendo de la edad del pequeño. Los más
pequeños, menores de 6 años o menos, probablemente empezarán a tener una
conducta “sexualizada” que llama la atención: no se debe confundir con el
interés o curiosidad que se les despierta hacia los 3 o 4 años, que tienen
tendencia a explorar su propio cuerpo y el de los amigos y amigas. El niño o
niña que sufre abusos de un adulto, puede “buscar” a los adultos, tener una
obsesión por los genitales, una actitud provocativa... También dibujará la
figura humana con genitales, cosa que los otros niños no hacen. Los maestros,
monitores, etc. acostumbran a ser los que lo detectan. Recuerdo un caso de una
niña de 5 años que se lavaba las manos de forma obsesiva, diciendo que “las
tenía sucias”: el motivo es fácil de adivinar. También hay niños que “juegan” a
tener sexo con los muñecos.
Cuando son tan
pequeños, introducen la sexualidad en su vida como una cosa normal. No tienen
suficiente criterio para distinguir “lo que se hace y lo que no”. El trabajo de
los educadores, padres, terapeutas, será una vez detectado el abuso y apartada
la criatura del abusador, enseñarle lo que puede hacer y lo que no, teniendo
cuidado de no culpabilizar al pequeño. Pensemos que los niños tienen una gran
tendencia a culpabilizarse de todo. Y en caso de un abuso, ni el niño, ni los
padres, ni los educadores tienen la culpa. El único culpable es el abusador.
Aunque no sea
fácil, hemos de intentar no dramatizar la situación: ha pasado, el mal está
hecho y hemos de evitar estigmatizar a la criatura. Con mucho cuidado, ir
diciéndole “esto no lo has de hacer”. La ayuda de los profesionales es básica,
tanto para el menor como para los padres, que se sienten terriblemente culpables
por no haberlo podido prever o evitar.
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