A parte de la
crítica externa y la multiplicidad de opiniones respecto a la educación de los
hijos, de lo cual hablaba en el último artículo, uno de los principales
problemas al que se enfrentan los padres y madres es la falta de tiempo y/o energía.
Los niños son
omnipresentes. Están “en activo” las 24 horas. Sus necesidades son
prioritarias, pasan por delante de cualquier otra necesidad. “Si tengo sueño y
el niño llora, me levanto y le atiendo. Si tengo hambre y el niño también,
primero come él.” Cuando son bebés, está claro que debemos atender sus
necesidades. Pero cuando van creciendo, también muchas veces se erigen como
“centro del universo” y piden atención constante.
Los horarios de
los niños son motivo frecuente de discusión en la pareja. Hay quien pone a los
niños a dormir para poder cenar tranquilamente. Hay quien lo quiere compartir
todo, todas las horas y las actividades familiares con los pequeños. Y aquí
entra en juego el estilo personal de cada uno y sus prioridades. Pero es muy
fácil caer en la trampa de olvidarnos de nosotros, de nuestras necesidades, de
espacio, de actividades no compatibles con los niños, de descanso y
desconexión, de poder tener conversaciones con otros adultos..., si dejamos que
los niños sean el centro de nuestra vida, ¿qué pasará con el resto del mundo
que nos rodea? Hoy en día, además, cada vez hay más hijos únicos, y
frecuentemente se convierten en el centro de atención absoluto. Y eso, tarde o
temprano, pasa factura.
Aún hay parejas
que tienen hijos pensando que así arreglarán sus problemas, que tener un hijo
les unirá... nada más alejado de la realidad. La pareja acostumbra a ser el
ámbito de nuestra vida que queda más afectado cuando tenemos hijos. A menudo me
encuentro en la consulta con parejas que se han olvidado de que tienen pareja
(valga la redundancia) desde que son padres. Trabajan, han de atender una casa
que está mucho más desordenada y sucia, deben atender a los niños y todas sus
actividades (baños, comidas especiales, enfermedades, vigilancia constante, y
más tarde actividades extraescolares, deberes...) y además, han de encontrar un
espacio para ellos y para la pareja. Cuando el niño por fin se duerme, están
tan cansados que se duermen en el sofá. Las relaciones sexuales se van
espaciando o incluso desapareciendo. No tienen ganas de salir, ya no quedan con
los amigos..., los solteros se cansan de oír hablar sólo del niño. Si quedan
con gente que tiene niños, se queda con los niños. Y si no, el tema de
conversación gira entorno a ellos... siempre, de una forma u otra son ellos el
centro de atención. Y hay que añadir el tema logístico: ¿Qué hago con los
niños? ¿Puedo contar con los abuelos? ¿Amigos?, ¿Tíos? ¿Pago un canguro? Conocí
a una pareja que dejaban los niños en casa de los abuelos, con la excusa de ir
a comprar sin niños, para poder regresar a su casa y tener relaciones sexuales
con tranquilidad...
Es importante
replantearse el tema de las propias necesidades. Aunque cueste acostumbrarse,
conviene dejar de vez en cuando a los niños con alguien y marcharse solos.
Olvidarse de ellos por un rato, intentar que la conversación no gire entorno a
los niños y volver a ser pareja, volver al pasado, a cuando los niños no
estaban y se vivía uno por el otro... Una de las recomendaciones de las
terapias de pareja es establecer un día a la semana para salir,
obligatoriamente (porque si no el cansancio y la pereza acaban boicoteando la
salida) e ir al cine, a cenar, a bailar... o a donde sea. Es importante
reencontrarnos con la pareja antes de que sea demasiado tarde.
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