El pasado 21 de
marzo fue el Día Internacional de la Felicidad. Pero, ¿qué es la felicidad?
Esta pregunta se la hace el ser humano desde la antigüedad. Ya los filósofos
griegos la definieron de diferentes formas: para Aristóteles la felicidad es
alcanzar las propias metas. Para los estoicos, ser auto-suficiente, valerse por
uno mismo. Para Epicuro, consiste en evitar el sufrimiento y experimentar el
placer, físico e intelectual.
A lo largo de
la historia, las diferentes corrientes filosóficas y religiones han aportado
sus teorías sobre la felicidad. Pero yo quiero hablar de la vertiente
psicológica. A menudo vienen personas a la consulta cuya demanda es “no soy
feliz”. Y lo primero que les pido es que me definan qué es para ellos la
felicidad.
Para los
psicoanalistas, como Freud y Otto Rank, el feto dentro de la madre es
completamente feliz: está protegido, alimentado, flotando en un líquido, a una
temperatura constante y libre de preocupaciones. El momento del nacimiento,
representa el primer gran trauma: el paso por un canal estrecho (la palabra
“angustia” proviene del latín “angostus= estrecho”), y la llegada a un mundo
donde tenemos que luchar para obtener alimento, calor, seguridad, compañía...
nos hace estar toda la vida buscando este estado ideal. Para ellos, pues, nos
pasamos la vida buscando el retorno a este “ideal” dentro del útero materno.
Para Erich
Fromm, filósofo y psicoanalista alemán, la felicidad radica en tener libertad,
pero también tenemos miedo a esta libertad, a no saber qué hacer con ella. Para
él, lo importante no es la libertad “de” sino la libertad “para”... hacer lo
que nos llene.
Abraham Maslow
elaboró su famosa pirámide de las necesidades y las motivaciones: una vez
cubiertas las necesidades básicas (fisiológicas y de seguridad), tenemos
necesidad de pertenecer a un grupo, de ser aceptados por los otros humanos, y
también necesidad de amar y ser amados. Una vez cubierto todo esto, llegamos a
las motivaciones, o meta-necesidades: aceptar los hechos, sentirnos realizados
en nuestro trabajo, ser creativos, saber resolver los problemas... hasta 14
puntos definió Maslow, para sentirnos realizados como personas.
A todos mis
clientes les pregunto qué es para ellos la felicidad. Algunos tienen la idea de
que la felicidad es un estado que se alcanza, y una vez alcanzado ya no nos
abandona nunca más. Una especie de “estado permanente”, que piensan que los
demás tienen y ellos no. Algunos me definen la felicidad como “ausencia de
problemas”. Estas visiones idealizadas les hacen sentir como seres inferiores.
La felicidad es
un concepto abstracto que todo el mundo ansía tener. Variará mucho según lo que
nos han transmitido nuestros padres. En ellos, hemos tenido un modelo a seguir.
Y nos han pasado un mensaje: “para ser feliz has de tener éxito”, “has de tener
estudios”, “has de tener una pareja y dos hijos”, “has de tener dinero”...
Estos conceptos se quedan grabados en el inconsciente. Hemos visto a unos
padres felices o infelices, que se quejaban de no haber conseguido esto o
aquello en la vida, o que, por el contrario, estaban satisfechos con su vida.
Hace unos días
oí la noticia de un señor del Berguedà (Barcelona) que ha transformado una
antigua cuadra de caballos de la familia en un gallinero. “Alquila” las
gallinas, que son apadrinadas por niños y niñas. Los pequeños las cuidan, las
visitan y recogen los huevos. Este señor tiene su trabajo. No lo hace como un
negocio, porque con lo que gana de alquilar las gallinas, cubre gastos. Lo hace
porque, como dijo él, “la felicidad se parece mucho a ver un grupo de niños
jugando y riendo con las gallinas”. Me hizo pensar.
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