CATALÀ

Cuando la pareja se rompe (2)

A menudo oigo a la gente mayor una frase hecha del tipo “es que la juventud de hoy no aguanta nada”, “les cuesta muy poco separarse”. Estas frases me indignan. Y no se ajustan a la realidad. Romper una relación de pareja es difícil. Muy difícil. Hay implicaciones de todo tipo: sociales, económicas y sobre todo, emocionales. Aproximadamente la mitad de los clientes que acuden a mi consulta lo hacen por una crisis de pareja o a consecuencia de una separación “mal curada”. No es tan fácil separarse...


Enamorarse es fácil. Sentir atracción o química hacia otra persona, dejarse seducir, dejar salir a nuestro niño o niña interior nos gusta a todos. Pero de ahí a construir una relación de pareja sólida y duradera, hay una gran diferencia. El paso del enamoramiento a una relación estable pasa por muchos procesos: descubrir quién es realmente la otra persona, una vez se nos pasa el primer estado de pasión ciega, aceptar al otro con sus defectos y manías, adaptar la vida, costumbres, aficiones, etc. de dos personas a un “todo” integrado, requiere de tiempo, paciencia, mucha comunicación, negociación, capacidad para renunciar a ciertos individualismos en favor de la pareja, compromiso...en definitiva, ganas de construir una relación de pareja. Romper todo esto no es fácil. Y pensar con la cabeza cuando nos enamoramos, tampoco. Y esto nos lleva muchas veces a un callejón sin salida, o a una salida dolorosa y traumática.

Nadie se separa por gusto. Cuando una persona decide separarse, seguramente ha llegado a un punto de frustración muy elevado. Se ha intentado reiteradamente hablar, negociar, conciliar y arreglar situaciones. A pesar de tomar la decisión, sea individual o conjuntamente, se intenta una y otra vez recuperar la relación. Aunque muchas veces nuestra parte más consciente y razonable nos dice que una relación es inviable, nuestros sentimientos nos dicen lo contrario. Y se crea una fuerte lucha interna, entre lo que objetivamente vemos que es lo correcto y la fuerza de nuestros sentimientos, que nos gritan lo contrario. Es una lucha contra nuestros sentimientos. Es doloroso, es difícil. Siempre hay dudas, momentos de pensar que tal vez aún se pueda arreglar. En medio de toda esta lucha interna, están los componentes externos: cuanto más tiempo llevemos con una pareja, más vínculos hay: las familias, los amigos comunes, las aficiones, una casa, una hipoteca, muebles, deudas, hijos...aún complica más esta difícil decisión.

Las separaciones de mutuo acuerdo son escasas. La mayoría de veces, uno de los miembros de la pareja toma la decisión. A menudo me planteo quien lo tiene más difícil: si la ruptura es dolorosa, dejar a la otra persona, ser “el malo de la película”, no es fácil. Y ser la persona a la que dejan, añade un componente de daño en el amor propio, en la autoestima, que será necesario recomponer. Si añadimos aquí las infidelidades, aún hay más dolor, más destrucción de la autoestima.

Tomar la decisión de separarse no es nada fácil. Cuando acude una persona a mi consulta en un estado límite, en que no soporta más la relación, yo le escucho y le acompaño en este difícil proceso, sea cual sea su opción. Pero sé que hay un punto de no retorno, un punto en que la persona se ha cansado de luchar para mantener la relación, de intentarlo una y otra vez y ha tirado la toalla. A pesar de ello, se encuentra entonces con que la pareja generalmente no quiere separarse y está dispuesta a hacer lo que sea para salvar la relación. Y la situación se alarga, se vuelve a intentar. Se sacan fuerzas de donde parece que no quedan. Lo ideal sería no empezar una relación simplemente porque hay una atracción: valorar si esta persona realmente encaja conmigo, con mi proyecto de vida, con mi forma de ser y de vivir... pero, ¿es esto posible?

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