CATALÀ

Cuando la pareja se rompe (3)

¿Por qué cuesta tanto dar el paso de separarse? Y después, ¿qué? ¿Cómo volver a empezar? ¿Cómo rehacer mi vida? ¿Con qué problemas me encontraré cuando me separe?

Aunque sabemos que el amor no es para siempre, que hay la opción de romper con la pareja, cuando iniciamos una relación, internamente todos pensamos que será para siempre, que no habrá nada que pueda deshacer aquello que hemos construido. Cuando los problemas, las discusiones, las desavenencias se van haciendo mayores, se va abriendo un abismo en medio que cada vez es más ancho y más profundo.


Una buena comunicación, la sinceridad, la confianza, facilitan poder hablar y negociar. Pero no siempre es posible. No todo el mundo está dispuesto a negociar: los juegos de poder, donde todo se traduce en “ganar o perder”, los juegos manipulativos y poco claros, o simplemente, la poca habilidad comunicativa, la falta de sinceridad, la desconfianza o la poca predisposición a negociar y a ceder en algunas cosas, van tensando la cuerda, que llega un punto en que se rompe. Ya hemos hablado de cómo han variado los roles masculino y femenino y de cómo ha cambiado también la manera de vivir, la escala de valores, etc. en nuestra sociedad. Pero a pesar del distanciamiento, intentamos una y otra vez recuperar la relación, siempre pensamos que se trata de una crisis pasajera, que es un mal momento, que aún hay estima...siempre hay dudas: ¿me estaré precipitando? ¿me estaré equivocando? ¿y si después no encuentro a nadie? ¿y si me quedo solo? Y esto, muchas veces, alarga situaciones que son claramente inviables. Muy pocas veces me he encontrado con personas que se arrepientan de haberse separado: más bien, la tónica general, es pensar que se debería haber tomado antes la decisión, que se ha aguantado demasiado.

Una vez la decisión de separarse está tomada, cuando uno de los dos ha llegado a un punto de “no retorno”, siempre recomiendo hacerlo cuanto antes: es muy difícil y doloroso encontrarse por el pasillo a la persona que ha sido tu pareja, por la cual aún hay sentimientos encontrados, seguir compartiendo la cocina, el baño, el sofá, la cama... El impás entre la decisión de separarse y el paso de marcharse se hace eterno: el desgaste energético y emocional es devastador. Cuando el que se tiene que marchar es justamente quien no quiere hacerlo, se alarga la situación y es cuando se acaba de deteriorar la relación y la poca comunicación que quedaba. Me encuentro frecuentemente con clientes que han de pasar por este mal paso. Les recomiendo que lo hagan cuanto antes mejor, y que si el otro no se quiere ir, que lo hagan ellos, aunque sea de forma provisional, a casa de un familiar o de un amigo. Hay gente que se pasa meses en esta situación de “en tierra de nadie”. La energía está bloqueada en resolver una situación que no se acaba. No se hace ningún paso para reconstruir la nueva vida. Causa un gran sufrimiento a las dos personas.

Y cuando ya se ha hecho el paso definitivo, ¿qué nos encontramos? Más allá de las cuestiones logísticas, de reajustar horarios, economía, trasladarse de casa si hay que hacerlo, si hay hijos, re-colocarlos en nuestra nueva vida intentando que les afecte lo menos posible, etc. una de las cosas más frecuentes que nos encontramos es el vacío y la soledad. Los amigos que teníamos hace unos años, han ido por caminos diferentes, están comprometidos, se han marchado o incluso hemos perdido el contacto con ellos. Tendremos que hacer nuevos amigos. De aquí la proliferación de los clubs y grupos de “singles”. Con los recién separados, me encuentro con dos reacciones frecuentes: los que necesitan un tiempo de aislamiento, que tampoco conviene que se alargue demasiado, y los que regresan súbitamente a la adolescencia y salen a “quemar la noche”.

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