CATALÀ

La psicología humanista

Carl Rogers, 1902-1987, desarrolló, junto con otros terapeutas de los años 50 y 60, la corriente de la psicología humanista.


En aquellos momentos, las dos corrientes más utilizadas eran el psicoanálisis y el conductismo.
Rogers cambia el concepto de “paciente” por el de “cliente”. La palabra paciente, tiene una connotación de pasividad, centrando la mayor parte del trabajo en el psicólogo. Rogers defiende lo que se denominó “terapia centrada en el cliente”. El protagonista ya no es el terapeuta, sino que la persona (cliente) toma las riendas de su proceso, se compromete, en tanto que persona adulta, a acudir a las sesiones de terapia, a aportar sus inquietudes y a hacer los pasos necesarios para cambiar aquello que él decide, con la ayuda del terapeuta, que quiere cambiar. La palabra paciente, también tiene una connotación de “enfermo”, dando un aire de superioridad al terapeuta, y a la vez  de debilidad de la persona que demanda ayuda.

La psicología humanista parte de la base de que todos somos capaces de averiguar qué nos hace falta cambiar, cuáles son las posibles soluciones, y llevar a término los cambios. Confía básicamente en el potencial de la persona para mejorar. La función del terapeuta será la de hacer de “espejo” para ayudar al cliente a darse cuenta de cuáles son sus carencias, necesidades, etc. Y también darle nuevas herramientas que le sirvan. Cada persona es un ser único, con un pasado y un presente propio. Cada cual tiene un ritmo diferente en su proceso de crecimiento. Por eso la psicología humanista cree que la terapia debe adecuarse al cliente, y no al revés.

Las terapias humanistas, a diferencia de las psicoanalíticas, se centran en el presente de la persona, en aquí y ahora. Ya no será necesario rebuscar en el pasado, en el inconsciente, para averiguar las causas de los comportamientos actuales. En todo caso, será preciso variar las formas de actuar ante algunas situaciones y circunstancias concretas.

Esta corriente, desarrollada a partir de los años 50 y 60, también tiene muy en cuenta el mundo de las emociones, cómo las vivimos, y cómo nos influyen. El conductismo prescindía absolutamente de ellas, y más tarde, su evolución hacia la psicología cognitiva tendrá en cuenta factores intelectuales y orgánicos, pero no emocionales. El psicoanálisis tampoco trabaja con las emociones. Se tendrán en cuenta qué emociones expresa la persona con más facilidad, cuáles tiene más reprimidas, incluso prohibidas, cuáles actúan como sustitutas de las que no se expresan (por ejemplo, hay personas que no tienen “permiso” para manifestar tristeza, porque lo asocian a debilidad, y transforman la tristeza en rabia, permitiéndose hablar y comportarse de forma hostil). De la misma forma, hay personas que no se permiten sentir miedo, o rabia o alegría, no se permiten disfrutar de las cosas... La psicología humanista trabaja todo este mundo de las emociones.

También surge el concepto de crecimiento personal, como parte del proceso de evolución de la persona. A lo largo de nuestra vida, pasamos por diferentes etapas vitales, en las cuales damos más importancia a unas facetas de nuestra vida, por encima de otras: estudiar, trabajar, relacionarnos, buscar pareja, buscar la estabilidad, la paz interior... Puede ser que nos cueste pasar de una etapa a otra, y nos encontraremos perdidos, desubicados, etc.

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